domingo, 21 de agosto de 2011

N.Y y algunas de sus mujeres

Muchas gracias por no reproducir esta entrada al pie de la letra.

Contar algo original de Nueva York es harto difícil. Para empezar, es una ciudad conocida por la gran mayoría y, por lo tanto, creo que poco puedo aportar. Pero algunas de estas peculiaridades son recurrentes para mi porque siempre me llaman la atención y estoy segura que otros visitantes perciben NY de manera diferente. La ciudad tiene mil caras –todas apasionantes- y cada uno la capta según su sensibilidad. Aparte de los altos edicificios, de las miles y miles de tiendas y grandes almacenes donde se puede encontrar todo lo pensable e impensable, de la multiculturalidad que desborda cada esquina y de los grandes museos, NY, es una ciudad viva día y noche que nunca deja de sorprender.
A mi me llaman la atención un tipo bastante abundante de viejecitas – estoy hablando de las que han cumplido los 80 años y siguen sumando- que parecen ponerse el mundo por montera y actúan como si acabaran de entrar en la treintena: mallas ajustadas, ropa desenfadada o minifaldas, grandes sombreros, marcado maquillaje, vanguardistas cortes de pelo, estiramientos de piel hasta que ya no da más de sí (o arrugas sin más, que las dos versiones se encuentran) y una vitalidad envidiable. ¡Sin complejos, vaya! 
Me fijaba hace unos días -mientras desayunaba- en tres de estas neoyorkinas, muy viejecitas que compartían conversacion y mantel. Las tres me dieron una envidia terrible....cortaban los muffins con un vulgar cuchillo de plástico pero su maestría era tal que los cortes eran limpios y perfectos como si tuvieran un bisturí en la mano. A mi se me desmoronaba el muffin por todos los lados sin ningun estilo. Luego miraba su ropa tan sabiamente combinada, sus uñas perfectas, su pelo cortado y peinado a la última moda mientras las escuchaba hablando de viajes y de actividades culturales interminables, de partidos de tenis, de conciertos....... Y yo pensaba: ¡ pero si son viejísimas y tienen tantos planes que no les queda tiempo para pensar en enfermedades y mucho menos en morirse!
Y mientras las oía programar actividad tras actividad, seguía pensando que sería un gusto llegar a ser una viejecita tan moderna, tan estilosa y viviendo como si fuera eterna.
        
Otro tema que siempre me llama la atención es ver a la gente dentro del vagón del metro haciendo sus tablas de gimnasia. Como no tienen sentido del ridículo alguno, aprovechan la media hora o los 45 minutos de trayecto y utilizan los asientos para hacer ejercicios de brazos, las barras para hacer equilibrios o hacen flexiones en el suelo mientras algún músico toca alguna pieza por la que luego pide una moneda a cambio. Yo quedo siempre embobada mirándolos. Desde luego, esto siempre ocurre fuera de las horas punta, porque en esos momentos apenas hay espacio para respirar. Pero los newyorkers consideran que el tiempo es oro, estar en buena forma física es casi una obligación y que se puede compaginar el ipad con los ejercicios gimnásticos. Al llegar a casa ya pueden desplomarse sobre el sofá con la conciencia tranquila del deber cumplido.

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